… y poder vivir en este sur de Francia medite-¡rráneo! comunicado con la Cataluña del sur y las playas de la Costa Brava es como una bendición después de tantos años lejos de la costa.
El mar es para mí un bálsamo para mi cuerpo, para mis emociones, para mi espíritu, y trato de aprovecharlo en épocas con pocos turistas.
No por ello dejo de disfrutar del campo, de la montaña y de la selva, cuando las oportunidades surgen.
En cuanto a la ciudad, nací en una muy extensa y cosmopolita. Gracias a Buenos Aires descubrí después lo que era criarse en una atmósfera abierta y universalista, a disponer de una gastronomía y sabores, que, como dijo una vez un periodista estadounidense, sólo serían posibles viviendo en, como mínimo, cuatro grandes ciudades europeas a la vez.
Pero el Mediterráneo es un mar especial y un lugar del mundo que marca acontecimientos de la historia únicos e irrepetibles. El Mediterráneo es parte de nuestro origen, de nuestra evolución y de nuestra involución. Vivir aquí es sentir esa vibración que alguna vez animó a otras culturas para lanzarse a rutas sin final, a logros nunca resueltos y a la ignorada misión de concederle al resto del mundo una posibilidad de mezcla, una posibilidad de mejorar, una posibilidad de compartir.
Por eso bañarme en sus aguas y recostarme en sus arenas es mucho más que ir a la playa. Es casi un ritual; una iniciación.