Con el paso de los años uno tiende a pensar que las cosas que sucedieron en las supuestamente mejores etapas de su vida, han sido, por lejos, las más extraordinarias e irrepetibles.
Por ejemplo, si la década de nuestros medianos 30s o medianos 40s fue, al menos, la más intensa, nada hallaremos comparable a aquellos momentos y vivencias.
Y en la historia de la humanidad, esta manera subjetiva de analizarlo todo parece funcionar de un modo similar.
No son pocos quienes afirman que antes se vivía con mayor calidad y que ahora nos movemos en territorios de agobio y puro estrés. De hecho, han acontecido tantas caídas y pérdidas en unos como ganancias y subidas en otros, y resulta obvio que esos unos y esos otros verán su pasado y su presente de formas muy distintas.
Pero dejando de lado anécdotas inacabables o ejemplificaciones múltiples sobre lo que ocurrió con tal clase social, con tal partido político, con tal país, con tal persona, con tal actividad o profesión, etc., pienso que estamos viviendo el mejor momento conocido de toda nuestra historia.
Nunca como ahora hemos estado tan interrelacionados y comunicados. En gran parte del planeta, podemos escribirnos a través de emails, hablar gratuitamente por teléfono u ordenador, ir a un supermercado y comprar comida de mil sitios diferentes, viajar a precios irrisorios e impensables décadas atrás, disponer de tecnología y de medios naturales, de posibilidades convencionales o alternativas, de cambiar de lugar de residencia varias veces en una vida, de trabajo, aprender nuevos idiomas con mayor facilidad y contar con el apoyo de nuestros países en numerosas ocasiones.
Tenemos más hospitales, seguridad, leyes civilizadas que nos amparan, la mayor cantidad de ocio por metro cuadrado jamás siquiera imaginada, probabilidad de analizar el pasado y de proyectarnos hacia el futuro ‘más allá’ de los confines de la Tierra.
Muchos dirán ahora que las listas de espera en los hospitales van en aumento, que la delincuencia es imparable, que mil millones de personas pasan hambre, que el planeta está contaminado, que los políticos, que etcétera, etcétera. Todo ello es verdad, pero poco en negatividad es comparable a lo que sucedía siglos atrás, cuando, sin ir más lejos, en el área en la que resido, para recorrer 180 kilómetros entre Perpignan y Barcelona, había que cambiar varias veces de caballo, tardar 3 días en llegar y padecer una estadística de peligro por morir en manos de bandoleros furtivos, como mínimo, cinco veces durante todo un trayecto que hoy día puede realizarse en coche o en tren de alta velocidad en una o dos horas sin fronteras ni interrupciones, pudiendo además uno parar en varias ciudades y pueblos para comer y comprar comida de numerosos países o de ir a la playa a darse un saludable baño de mar para luego ver una película en cualquier cine de Figueras, Gerona o de pueblos incluso más pequeños. Y, al llegar a Barcelona, tomarse un avión hacia los Estados Unidos, cruzando el Atlántico en menos de ocho horas.
Nuevamente se me dirá que para todo esto hace falta tiempo y dinero y que con la crisis, el desempleo y más etcéteras y etcéteras.
Mi respuesta es que una persona nacida hace 200 años no tenía muchas posibilidades de vivir y conocer un radio geográfico superior a los 50 kilómetros “a la redonda” de su lugar de nacimiento, y que todo el menú de su vida estaba limitado a unos pocos platos. En toda su existencia, salvo contadas excepciones, nada sabría del mundo y de lo que sucedía en el planeta. Y que a comienzos del siglo XX el promedio de vida en Occidente era la mitad del actual.
Sí, ya lo sé…; no ignoro lo que ocurre en África y en cantidad de sitios que padecen hambruna, injusticias sociales, guerras y más tragedias. Pero ello no me impide que haya llegado a la conclusión de que todo tiempo pasado fue, en general, peor, y que estamos viviendo el mejor momento de la historia.
Me niego a aceptar lo que afirman los catastrofistas y agoreros de siempre, que buscan en cada década alguna fecha para anunciar el fin de la civilización y otras calamidades. Sé que transcurrirá el 2012, el 2013 y el 2014 con todas las tormentas solares y no solares que acontezcan, y que seguiremos aquí, evolucionando, superando nuestras contradicciones y mejorando cada día más, digan lo que digan calendarios mayas o cristianos, astros o científicos, lectores del futuro o del pasado.
Seamos, ante todo, agradecidos y estemos felices. No nos dejemos contagiar por la negatividad de quienes no saben vivir la vida en plenitud. Siempre ha habido crisis. Vivir, existir, es crisis. Nada malo ocurre por ello.
Optimismo y tenacidad. Alegría y pensar a cada instante en que el destino nos ha permitido vivir épocas intensas y maravillosas, a pesar de todo…