A 30 años de Surfing Gaia…, fue ésta una invitación para deslizarme por la vida, por la Tierra, por las cosas que nos suceden… de una manera suave…, evitando la acción-reacción.
Es en esto último, pienso, en lo que podríamos ejercitar la observación sin reaccionar inmediatamente.
A lo largo de la vida es posible que seamos varias veces incomprendidos, criticados, calumniados y hasta atacados. Y la opción de defenderse es legítima, humana y animal, pero hay momentos en los que no tiene sentido hacerlo porque, pase lo que pase, la situación tendrá una trazabilidad, en ocasiones, inamovible.
Mi padre, que fue abogado y juez, una vez me dijo, cuando tendría yo 13 o 14 años, lo siguiente: si alguna vez en la vida te vieras en una situación en la que se te acusara de algo de lo que te consideraras inocente o de una reacción no legal pero justificada, no digas ‘yo no hice nada; la culpa es de la otra parte’. Eso es lo que hace todo el mundo y los jueces estamos saturados de oír eso.
Y así fue cómo mi viejo me enseñó lo que era la no-reacción, dejar pasar el tiempo y permitirle precisamente a dicho Señor Tiempo, el mejor de los jueces por encima de lo humano, para que fuese actuando al ritmo que lo considerara oportuno de cara a que el aprendizaje fuese efectivo para todo el mundo, incluyendo por desgracia e incomprensiblemente a los más pequeños, en cuya mente se suele enquistar lo que no pueden entender ni expresar y con consecuencias mentales y emocionales probablemente para gran parte de sus vidas; algo de lo que las personas de leyes no fueron ni instruidos ni formados, ya que en muchas ocasiones castigan a los adultos sin comprender que, a la vez, están castigando a niños y adolescentes no preparados para discernir lo que está o estaba sucediendo.
En mi familia las personas de leyes eran civilistas; es decir, nada pleitistas. Y creo que en mi vida personal y profesional (y hasta en el estilo de música que hago) ello quedó y queda reflejado. Busco la paz, busco la concordia y cuando algo agresivo o violento sucede a mi alrededor, intento alejarme lo máximo posible.
Y empecé a tocar la melodía suavemente con una guitarra que acababa de comprar en San Francisco, y así comenzó mi surfear…; un nuevo surfear para recorrer la vida dejando atrás las presiones de quienes sabían que estaba generando ventas y dinero, y que entonces me querían más involucrado en el negocio. Un negocio al que me negué formar parte, rechazando contratos y ofertas.
Ya me había distanciado de los roqueros hacía tiempo y ahora era cuestión de distanciarse de los new agers ansiosos de éxito y del mundo de la prensa, distribuidoras, discográficas y todo el show que envuelve a los artistas que alguna vez o siempre vendimos música.
Supe salir de aquello pero hasta el día de hoy, algunos amigos que me conocen y saben lo que pasó con mi carrera musical y mi vida personal años después, me sueltan a veces: Guillermo, ¡estás loco!
Mi respuesta: no estoy loco. ¡Soy loco!
Una cosa es estar loco y otra muy distinta es ser loco.
Los artistas solemos ser locos, y esto los no-artistas no alcanzan a comprenderlo.
Tampoco saben que entre artista y autista hay sólo una letra por cambiar, y que para crear necesitamos aislarnos e incomunicarnos.
Tampoco saben que un llamado autista o asperger es un ser de luz que viene al mundo a enseñarnos a percibir y analizar las cosas de manera distinta.
Si los llamados cuerdos lo entendieran…, si los profesionales se dieran cuenta de lo que significa tener un cerebro, unas mentes diferentes, cambiarían inmediatamente su deficiente vademecum.