Desde mis 22 años fui vegetariano pero a partir de la primavera del año 2016 me hice vegano, aunque mi espíritu es veggie porque para mí lo principal de lo principal, y por encima de todo, es no comer cuerpos de animales muertos. Hay todavía mucho que discutir sobre el consumo de huevos de gallinas en libertad o sobre la miel de las abejas, etc.
Cualquiera que se atreva a entrar a un matadero o a una granja de pollos, por ejemplo, o, al menos, a ver videos en los que se muestra lo que en estos lugares de exterminio masivo sucede (incluyendo el vaciado de peces de nuestros mares) comprenderá que no puede seguir mirando hacia otro lado.
Matar a un animal por 10 minutos de comida es inmoral. Separar a las crías de sus madres para después matar a los animales en verdaderos campos de concentración, y para así satisfacer los deseos de paladares erróneos y de una industria que no contempla con sensibilidad el presente y el futuro del planeta, es abominable.
Comer animales debe ser ya mismo cosa del pasado, de un mundo atrasado y poco informado.
Ser amigos de perros y gatos pero comer vacas, cerditos o conejos es una sinrazón.
Por eso y por muchas cosas más, soy veggie, aunque no comparto la actitud de ciertos veganos agresivos hacia lo carnívoros. Tampoco que piensen únicamente en los animales y poco o nada en los niños y ancianos hambrientos de todo el mundo.
Y menos me gustan lo que decidí denominar como ‘vegárnicos’: muchísimos veganos que añoran los sabores y aromas de la comida cadavérica de animales y peces. Si su paladar continúa siendo igual o similar al de quienes tanto critican, es muy probable (como ya está sucediendo en un porcentaje, por ahora, imposible de cuantificar) que tengamos a muchos veganos de primavera (por unos pocos años) o ‘veganos truchos’ que comen productos de origen animal a escondidas.
También me repelen los videos de personas histriónicas que nos restriegan una y otra vez imágenes mostrándonos cuánto aman a los animales que cuidan o cuánto lloran cuando alguno de ellos fallece.
No me extraña en lo más mínimo que el veganismo haya surgido a la par de algunas tendencias respecto a la pareja, el sexo, la ciencia, la cultura general y la historia, que, en lo referente a pudor, educación, ética y respeto, dejan, en mi opinión, bastante que desear.
Por ello, y así como nunca formé parte de colectivo hippie alguno en los 60s, movimiento político en los 70s, new age en los 80s o ecologista en los 90s, menos aún me adscribiré a lo veganista de los 2000s, y esperaré, si el tiempo vital me lo permite, a que estos jóvenes tan convencidos de lo que hacen y de lo que supuestamente es este planeta, continúen siéndolo dentro de una o dos décadas más y no acaben convirtiéndose en cosas parecidas de lo que actualmente dicen detestar, tal como sucedió con millones de personas en un pasado no muy lejano.
Y es que ser militante a los 20 o 30 y pico de años es relativamente sencillo, pero la vida cómoda y adquisitiva suele ser luego una tentación; muchos hippies de los 60s, desorientados en los 70s, acabaron como inversores en los 80s.
Grupos alternativos y ecologistas eran financiados por el sistema y recaudaban ingentes cantidades de dinero que sus inocentes acólitos o simpatizantes ignoraban. Y a la larga (más tarde o más temprano) todo se averigua, todo se sabe…
“Veremos, veremos y después lo sabremos”, dice el refrán…
Queda claro que soy muy individualista y que mi con – fianza en el ser humano ha mermado mucho en años recientes, pero no por ello dejo de apoyar a la cultura vegana (no al negocio vegano), a los vegetarianos de siempre y a personas que con todo su corazón y energía están luchando a diario para cambiar un mundo donde la crueldad se ceba en el exterminio cotidiano de seres indefensos cuyos cuerpos no necesitamos comer.