
No sé siquiera si fue en realidad lo que se dice “un músico”, aunque llegó a tocar oboe y corno inglés en la célebre Halle Orchestra, en tiempos en los en que era dirigida por Sir John Barbirolli, a construir instrumentos de complejas afinaciones y a formarse en teoría y prácticas musicales dentro de un nivel muy elevado.
Nacido en la India, donde su padre Charles fue un típico militar británico en época de las colonias, Ronald vivió después en Petersfield (Inglaterra) y en Canadá, donde cursó estudios como interno.
Se licenció en Cambridge, especializándose en literatura, pero sus inicios en la música fueron un poco tardíos si los comparamos a la infinidad de músicos que comienzan a transitar desde niños el mundo de las corcheas.
Sin embargo, a los 26 años ya era concertista de oboe, hasta que conoció los trabajos de Harry Partch y decidió volcarse hacia la música experimental.
Paralelamente a ésto, Ronald viajó por Oriente y América, huyendo de la occidentalización de la música clásica y contemporánea. “Odio la dictadura de las batutas y la rigidez de lo clásico, y odio la estrechez rítmica, melódica y tímbrica del pop británico”, me dijo una vez mientras ensayábamos juntos.
Ronald Lloyd vivió un año y medio en Bagdad, cuando aún gobernaba allí el Sha de Persia. Descubrió y aprendió lo que eran los santures, y se especializó en construirlos y afinarlos basándose en escalas modales cuyos conceptos se remontan a más de tres mil años de antigüedad.
Trabajó en Palestina, en Haifa, con árabes y judíos, en Oriente, en la India estudiando el shehnai u “oboe indio”, en México con los indios taraumaras aprendiendo sus sistemas percusión, en Grecia rodeado de liras en un monasterio ortodoxo, en España interiorizándose en las orquestas de vientos valencianas y en la sardana catalana.
Recaló en Sitges, en 1980, y pocos años más tarde, nos conocimos a través de una soprano y amiga común. A partir de entonces, Ronald colaboró conmigo durante 15 años ininterrumpidos de grabaciones, conciertos y viajes, en los que siempre busqué que fuese mi “guest de lujo”. Si era yo invitado a una actuación, me las ingeniaba para que Ronald apareciera por ahí sorpresivamente en alguna de las piezas, con su oboe, corno inglés, o tocando percusión y santures.
España, Francia, Inglaterra, EEUU y México fueron los países que recorrimos varias veces juntos, tocando en los sitios más insólitos; desde congresos hasta santuarios druidas, desde universidades hasta centros de yoga.
Vivía yo aquella euforia de la “new age” que Ronald también aborrecía diciendo que era “puro muzak”, mas, sin embargo, fielmente acompañándome, porque nunca dejó de decir que mi música era otra cosa, hecho que le agradecí, como así también que me hubiese enseñado parte de sus conocimientos en afinaciones e instrumentos orientales.
Ronald con sus megasantures, para tocar a 4 manos, en su taller Armonikum (Sitges, 1994)
A su vez, él me agradecía que yo le hubiera enseñado a combinar la electrónica con la música tradicional y a aprender técnicas de grabación y de producción más actualizadas a las de los años 60s.
Nuestros viajes estaban llenos de anécdotas curiosas y surrealistas, ya que a mis características distracciones y torpezas se sumaban las suyas, llenas además del excentricismo más británico de la primera mitad del siglo XX.
Ronald narró en inglés algunas prácticas biomusicales y unas frases y koanes, de las cuales utilicé la que da por terminado mi reciente álbum ‘Ser’, y que dice así: ‘si todo se reduce a la nada, la nada ¿a qué se reduce?’. Aquí estaba grabando en mi estudio hace años.
Vivió en el sur de Francia hasta el año 2003, tras lo cual, luego de una de sus crisis cardíacas, regresó a Inglaterra, a su Surrey de la infancia, donde falleció el pasado 7 de enero, en Guildford, mientras yo me encontraba en casa de mi amigo Malcolm, a sólo 3 millas del hospital.
A pesar de mi cercanía geográfica, no pude despedirme de mi amigo como hubiese deseado, pero queda su libro inconcluso y sus apuntes, los que intentaré publicar en una página web para que todos los interesados en los estudios, conocimientos y vivencias de Ronald Lloyd, puedan beneficiarse de un caudal de información, en mi opinión, único.
Compartir con Ronald Lloyd un escenario y sentir la fuerza de su interpretación en aquellos fraseos mágicos de su oboe o el poderío de su técnica en el corno inglés, es algo que nunca podré olvidar.
Su amistad y generosidad, tampoco. Su amplia cultura y mente abierta hacia la vida y el mundo como algo siempre nuevo por descubrir, fue otra de sus enseñanzas. Viajó y vivió como él quería casi hasta el final de sus días. Ignoró las restricciones del sistema en que vivimos y los prejuicios castradores sobre los que ironizaba y reía sin tapujos.
Lo extrañaré como a ese gran compañero musical y de aventuras dispuesto a empezar de cero en cualquier momento y a cualquiera edad.
Ronald, ¡gracias por estos años en mi vida! y, dondequiera que estés ahora, que Euterpe siga inspirándote y preparando nuevos espacios para los que allí llegaremos en este futuro tan incierto para la humanidad en general y para la música en particular.
Tu amigo
Guill
en Surrey, Febrero 2008
en Surrey, Febrero 2008